Largas jornadas laborales
sin seguridad social ni vacaciones, es la realidad de millones de latinos que
trabajan en Estados Unidos.
Todos los días, durante todo el año, Esteban Yáñez se despierta
al amanecer y se encamina a su trabajo como albañil cerca de esta casi
desértica ciudad, con fuerte presencia hispana, al sur de la gigantesca Los
Ángeles.
En los fines de semana,
Yáñez realiza trabajos temporarios para complementar su salario.
Pero aunque este hombre de
49 años y padre de cuatro hijos paga sus impuestos y la seguridad social, no
disfruta de vacaciones anuales, no tiene cobertura de salud y tampoco de
beneficios laborales.
Yáñez, mexicano, es uno de
los aproximadamente 11 millones de inmigrantes indocumentados en Estados
Unidos, que se encuentran en el corazón de un duro debate que desató encendidas
pasiones y se tornó un asunto central en la carrera presidencial.
Donald Trump, el millonario
empresario y virtual candidato por el Partido republicano, no ceja en sus
ataques a los mexicanos, e impuso su idea de construir un muro en la frontera
sur estadounidense en el centro de su campaña, para irritación de muchos como
Yáñez.
"Vine hace 16 años en
busca del sueño americano y para ofrecer a mis hijos un futuro mejor",
dijo Yáñez al fin de una agotadora jornada de 12 horas de trabajo.
"Y hago un trabajo de
romperse la espalda, que solamente los inmigrantes están dispuestos a hacer. Otros
no quieren ensuciarse las manos con este tipo de trabajo", añadió.
"Aquí para quedarse"
De acuerdo con el Instituto
de Políticas Públicas de California, casi una cuarta parte (2,67 millones) de
esos inmigrantes en relación irregular vive en territorio californiano, donde
representan poco más del 6% de la población.
La mayoría llegó desde
México y trabaja en granjas, en la construcción, limpieza de viviendas, cuidado
de ancianos, jardinería o empresas de transportes y mudanzas.
Pero lo más importante, destacan
sus defensores, pagan miles de millones en impuestos al año aunque no recogen
ningún beneficio por esa contribución.
"Nosotros trabajamos,
pagamos lo que debemos, no recogemos nada gratuitamente y no lastimamos a
nadie", dijo María Delosangeles, de 52 años, quien llegó a Estados Unidos
proveniente de México hace 18 años y que trabaja como empleada doméstica en Los
Ángeles.
"¿Cómo es que le afecta
a Trump que nosotros estemos aquí?", dijo.
El Instituto de Impuestos y
Políticas Públicas estima que los inmigrantes indocumentados pagan anualmente
unos US$12.000 millones en impuestos municipales y de cada estado, siendo unos
3.100 millones los que corresponden a California.
"Estas personas son tan
parte de nuestro paisaje y nuestra cultura como cualquier otro que esté
aquí", dijo Harold McClarty, un granjero de la región central californiana
y líder de la Asociación de productores de Frutas Frescas de California.
Para McClarty,
"necesitamos reconocer que están aquí para quedarse, y que es ridículo
decir que los vamos a mandar de retorno, porque eso no es práctico. Es una
inmoralidad".
El país pasaría hambre
Para McClarty y otros
defensores de una reforma migratoria, si los millones de indocumentados fuesen
expulsados del país, como lo quiere Trump, esencialmente Estados Unidos pasaría
hambre.
Como ejemplo mencionan lo
ocurrido en el estado de Georgia en 2011, donde enormes redadas migratorias
dejaron enormes cultivos pudriéndose en los campos.
En consecuencia, la
agricultura local perdió decenas de miles de millones de dólares por falta de
trabajadores "legales" dispuestos a asumir esos puestos.
"La economía del país,
básicamente, entraría en colapso si no fuera por esos trabajadores indocumentados",
dijo José Antonio Vargas, un laureado periodista y activista quien hace pocos
años sorprendió a todos al revelar su condición de inmigrante irregular.
Vargas, fundador del grupo
Define America, que busca humanizar el debate sobre inmigración, dijo que la
retórica de Trump por lo menos puso el tema sobre la mesa y al fin de cuentas
podrá conducir a una reforma de las normas migratorias.
Creciente frustración
La creciente frustración de
esa población que vive en las sombras se tornó súbitamente evidente en
contactos con trabajadores que abiertamente revelaron sus identidades y
contaron sus historias, irritados con la forma en que su comunidad ha sido
demonizada.
Jaime y Ana Flores, por
ejemplo, llegaron a Perris hace 27 años y ahora poseen una microempresa que
cuida de jardines. No logran esconder el orgullo al decir que su modesto éxito
ha sido alcanzado con el sudor de la frente.
Ambos tienen un hijo de 25
años que trabaja en finanzas, y una hija de 21 que espera completar sus
estudios de veterinaria. Los dos son ciudadanos estadounidenses, ya que
nacieron en el país.
"Dejamos nuestro país
porque no teníamos otra opción si queríamos un futuro", dijo Jaime, de 50
años, parado bajo un sol abrazador en una pequeña pausa de su tarea de cortar
el césped de un jardín.
Para su esposa Ana, de 44
años, el discurso cargado de odio contra su comunidad durante la campaña
electoral es una píldora amarga.
"El señor Trump precisa
mirarse a sí mismo y recordar que cada que vez que come una ensalada, vegetales
o fruta, un inmigrante ha cosechado y realizado un control de calidad de su
comida", dijo. http://www.elespectador.com/noticias/economia/el-sueno-americano-se-transforma-pesadilla-inmigrantes-articulo-639985
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