Cualquier persona mayor
de edad puede poner por escrito su voluntad
En España se realizan al
año unas 500 extracciones para investigar
Adolfo
Ortega falleció un frío 3 de enero en su casa de Soria, rodeado de los suyos.
Cuando su vida se apagó en medio de la madrugada, junto a las llamadas de rigor
a la funeraria y a los familiares, sus hijos avisaron también a un número de
teléfono que guardaban desde hacía algún tiempo, cuando decidieron donar su
cerebro a la ciencia. Él es uno de los 500 donantes de cerebro a quienes el
Centro Alzheimer Reina Sofía homenajeó hace pocos días.
En un acto
presidido por la Reina Sofía, José Luis, el hijo de Adolfo, compartió
protagonismo con otros tres donantes que han tomado su decisión aún en vida,determinados a que esa parte de su anatomía se
destine a la ciencia una vez fallecidos. A partir de ahora,
como ya ocurre con otros órganos, estas personas pueden exhibir su particular carnet de donante que
certifica su decisión.
La más
joven de todos ellos es Marta Pérez, de 22 años, donante
oficialmente desde su mayoría de edad ("aunque tomé la decisión ya a
los 16"). Marta, que estudia cuarto de Bellas Artes en Madrid, tiene
varios familiares cercanos afectados por alguna patología neurológica. "Mi
abuelo padecía una esclerosis lateral primaria muy poco frecuente y cuando
falleció, mi padre y su hermano decidieron donar su cerebro para investigación,
porque les comentaron que era un caso muy poco habitual. El primero así que
trataban en el Hospital de Alcorcón donde le atendieron".
Un día,
cuando su padre se lo contó, Marta decidió que ella también se registraría como
donante; aunque como les aclara a veces a sus amigos entre bromas, es un
procedimiento postmortem. "Sólo
tienes que rellenar un formulario, no te supone nada más, ni
hacerte pruebas ni nada". El único requisito para que la donación se haga
efectiva en el momento de la muerte es que la familia llame inmediatamente al
teléfono de contacto del banco de cerebros para que un especialista de guardia
pueda acudir cuanto antes y extirpar el órgano en las primeras horas.
Ella reconoce que cuando surge el tema en la conversación, mucha gente se
sorprende porque la de cerebro es sin duda, la donación más desconocida.
Seguir siendo útil
En el otro
extremo de Marta, dos de los voluntarios más veteranos con los que cuenta la
Fundación CIEN son Mª Carmen (87 años) y José Ramón (82). "Yo soy el donante vivo más
antiguo", presume
él desde su casa de Villalba (en Madrid) donde vive solo y atiende a este
periódico antes de salir a pasear. Hace 11 años que tomó la decisión de que su
cerebro serviría a la ciencia una vez muerto y asegura que está feliz con la
decisión: "No todo el mundo puede decir que sigue siendo útil una vez
fallecido".
Con Mª
Carmen es difícil conseguir cita. "Los martes y jueves
tengo taichi. Los lunes y miércoles, manualidades. Ahora ando también liada de
médicos porque el organismo se va estropeando. Mañana vienen a quitarme el gas
de la cocina...". Un torbellino que tomó su decisión hace tres años, la
periodista sospecha que sin consultarlo con sus dos hijos ("nueve nietos,
23 bisnietos y otros cinco en camino"). "Más que contárselo, yo se lo
digo todo", se defiende la aludida, que la semana pasada acudió al acto de
homenaje junto a la Reina Sofía como la donante más anciana sin avisar a su
familia. "Ellos trabajan, no les voy a quitar de trabajar para estas
cosas...". Una nieta la vio en televisión junto a la monarca, avisó a su
madre (la hija de Mª Carmen)... y se pueden imaginar el resto del revuelo familiar
("mamá, eso no se hace, me dijeron).
Como José
Ramón, ella está convencida de la utilidad de su gesto, "para
qué vamos a enterrar esas cosas...". De hecho, no sólo está dispuesta a
ello cuando fallezca sino que hace años que también es voluntaria de la
Fundación Reina Sofía, que le hace una batería de pruebas anualmente destinadas
a la investigación neurológica ("me sacan un montón de tubos de sangre. Yo
suelo ir con dos amigas que también vienen a diario conmigo al centro de
día"). Lo dicho, un torbellino. "Es que soy viuda desde los 28 años y
me he acostumbrado a vivir mi vida".
Como ellos,
unas 500 personas en España han tomado ya la decisión de convertirse en
donantes de cerebro cuando fallezcan. Una decisión que exige la complicidad de
las familias, porque como explica José Luis, el hijo de Adolfo, "hay
que tenerlo pensado, no vale con improvisar".
Su padre
padeció Alzheimer desde los 85 años hasta su muerte; una enfermedad bien
conocida en su árbol genealógico. "Su madre y todas sus hermanas también
lo habían padecido y mi padre siempre vivió muy preocupado por ello". Por
eso, cuando se involucraron en las asociaciones de familiares y surgió la
posibilidad de donar su cerebro cuando falleciese él, su madre y sus dos
hermanas no lo dudaron. "Pensamos que él, una persona inteligente y tan
sensibilizado con el Alzheimer hubiese estado de acuerdo aunque lamentablemente
ya no estaba en condiciones de decidir", cuenta José Luis.
Aunque una
neumonía previa les había ido avisando del deterioro de su padre, su fallecimiento
se produjo una madrugada en su domicilio soriano. "Llamamos alteléfono de guardia de la Fundación CIEN
[689037844] y en
pocas horas, una doctora se trasladó desde Madrid".
De la funeraria al laboratorio
Los propios
trabajadores de la funeraria no estaban muy familiarizados con el
procedimiento, pero conservaron el cuerpo refrigerado hasta que la especialista
pudo realizar la extirpación del órgano en una de las propias salas de autopsia
del tanatorio de Soria, porque la donación debe realizarse a las pocas horas
del fallecimiento (en las primeras 12 horas) para que sea efectiva y el órgano
siga siendo válido para la investigación.
"Hace
poco nos ha llegado un informe de Anatomía Patológica y aunque no lo entendemos
muy bien, para nosotros es un detalle importante. La certeza final de que el cerebro de mi padre
no está en saco roto. Ha sido útil y lo seguirá siendo".
Una vez
extirpado el órgano -un proceso que no tiene ningún coste para la familia-, el
cuerpo se devuelve a la funeraria en óptimas condiciones para que puedan
enterrarlo o incinerarlo. A partir de ahí, el cerebro puede viajar a uno de los
12 depósitos que existen en España, y donde se almacenan cerebros tanto de
fallecidos afectados por patologías neurológicas (en su mayoría Alzheimer), como
de individuos sanos que en vida tomaron la decisión pese a no tener ninguna
relación con estas enfermedades (aunque estos últimos representan por ahora
sólo el 5% del total). Aunque no existe un registro nacional de todos ellos,
Albetto Rábano, director del biobanco de la Fundación Reina Sofía calcula que
en España se realizan cada año unas 500 extracciones efectivas.
Aunque los
protocolos pueden variar ligeramente de unos a otros, en la Fundación CIEN con
sede en Vallecas (Madrid) lo habitual es laminar el hemisferio derecho a 80
grados bajo cero y conservar todas esas porciones para poder ponerlas
gratuitamemente a disposición de investigadores de todo el mundo que trabajan
en el campo de la neurociencia. La mitad izquierda, por su parte, se suele
conservar intacta y sirve para hacer una necropsia precisa.
José Luis
reconoce que todo el procedimiento fue muy sencillo para la familia y se
muestra encantado de que la muerte de su padre haya podido ser útil de alguna
manera. "El Alzheimer es una enfermedad muy cruel y el paciente deja de ser la persona
que tú conocías. Como le dije el otro día en el acto de homenaje a los donantes
a una investigadora: 'No desfallezcáis'". Él y sus hermanas también se
plantean continuar el homenaje a su padre y sumarse algún día al registro de
donantes de cerebro dispuestos a poner su granito de arena.
http://www.elmundo.es/salud/2016/04/11/5707a89322601d77208b4681.html
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