MUJER Y POLÍTICA: MITO Y REALIDAD, POR MARGARITA GUERRA


La mujer siempre ha tenido presencia política en el país más allá de las leyes o de los cargos públicos.

La mujer surge en la vida política del país desde muy temprano, aunque oficialmente solo se le diera el derecho al voto en 1955. Ya durante el virreinato, la esposa del virrey conde de Lemos, Ana Francisca de Borja, fue conocida como la virreina gobernadora al asumir, en 1668, el gobierno del Perú ante la ausencia de su esposo.
Desde inicios de la República, las esposas de diferentes caudillos, como doña Francisca Zubiaga de Gamarra, (doña Pancha), esposa de Agustín Gamarra, vistieron traje militar y estuvieron en el frente de batalla. Por otro lado, Juana Pérez, la esposa del general Felipe Santiago Salaverry, impidió su fusilamiento en la prisión. Más adelante, al ser su marido finalmente fusilado en la Plaza Mayor de Arequipa, en 1836, marchó a Chile con los exiliados peruanos que lucharon contra la Confederación Peruano-boliviana.
También en estos años (1840-1844) se dio la participación activa de las esposas de los generales Ramón Castilla, Domingo Nieto y Antonio Gutiérrez de la Fuente en las conspiraciones contra el directorio de Vivanco, por lo que fueron encerradas en prisión. 
Otra mujer aguerrida fue Antonia Moreno de Cáceres durante la Guerra con Chile. Desde Lima enviaba armas y dinero a la sierra central, para la resistencia, y era nexo con los representantes del Estado Peruano, hasta que debió dejar la capital.
En los sectores populares participan las rabonas desde la independencia hasta las últimas luchas caudillistas. Ellas eran mujeres de los soldados, que asistían a los ejércitos y servían de espías y captaban prosélitos. En las luchas de 1894 y 1895, surge la figura de Martha ‘La Cantinera’, en el bando pierolista, quien acompañó al ejército y practicó el espionaje. Sus nombres se han perdido, pero forman parte de las leyendas en torno a su presencia en las luchas caudillistas y externas.
También hubo mujeres intelectuales políticas, como Clorinda Matto, quien apoyó al general Cáceres y fue desterrada a Argentina durante la administración de Piérola. Murió en el exilio.
En el siglo XX la mujer participa activamente en las luchas sociales y políticas desde los sindicatos, pero solo con roles asistenciales (alimentos y colectas) para mantener los paros. Desde 1930, diferentes mujeres formaron parte de los partidos políticos de tendencias socialistas e igualitarias, incluso de derecha, como el sanchecerrismo, pero sin funciones directivas. Entre ellas destaca principalmente Magda Portal, intelectual y política aprista, quien desilusionada por el poco espacio que se le concedía a la mujer abandonó el partido. También en la Unión Revolucionaria aparece la mujer como parte de los clubes electorales. Tal fue el caso del club de las Señoras de la Parada.
El momento determinante de la mujer en política, sin embargo, empieza en la década del cincuenta con el general Manuel Odría. Su esposa, María Delgado, organizó la Junta Central de Asistencia Social para la atención a las madres gestantes, los niños en alto riesgo y, en general, la atención a menesterosos. Tuvo mucho carisma y ejerció una labor complementaria a la presidencial.
Esos años a nivel latinoamericano trajeron también la presencia de mujeres líderes en el entorno presidencial, como fue el caso emblemático de Eva Duarte de Perón, de origen peruano. Ella ejerció un papel fundamental en el Partido Justicialista, más conocido como peronismo.
A partir de esta década la esposa del presidente cumplió un papel primordial en labores humanitarias y de ayuda en el desarrollo de los pueblos, como puede verse en la participación de Consuelo de Velasco en el manejo de lo que es hoy Inabif durante el Gobierno Revolucionario de la Fuerzas Armadas; Violeta Correa en la dirección de Cooperación Popular; Pilar Nores en la conducción de las Aldeas Infantiles (lamentablemente abandonadas en los años siguientes). Posteriormente, Pilar Nores llevó a cabo el programa Sembrando, destinado a los sectores de menores recursos. Todas estas son actividades a través de las cuales las esposas de los presidentes trabajaron para mejorar las condiciones de los grupos más deprimidos, sin interferir en las labores de gobierno o partidarias.
Esto no impide que puedan tener actividad partidaria al finalizar el mandato de sus esposos, ni que en elecciones posteriores deban abstenerse de ser candidatas. No obstante, mientras el cónyuge ejerza el gobierno, sus funciones no deben ir más allá de una complementariedad, dado que ellas no tienen funciones de gobierno de acuerdo con la Constitución, ni tampoco representación política.
Odría otorgó el voto femenino e, inicialmente, las mujeres que postularon al Congreso se caracterizaron por su experiencia en trabajo social, como fueron Irene Silva de Santolalla, María Rosario Aráoz y Matilde Pérez Palacio. Ellas militaron en partidos políticos como la Democracia Cristiana, el Partido Popular Cristiano y Acción Popular. La participación femenina en esos años solía estar vinculada a una fe religiosa, que las movía a tomar la política como vocación de servicio y no como una cuota de poder, ascenso social o económico. 
En la incorporación de la mujer a la praxis política debe primar su capacidad, su eficiencia personal y no simplemente el hecho de ser mujer. Su postulación política es un derecho, no una gracia especial que le es concedida.
Como observamos, la mujer siempre ha tenido presencia política en el país. Más allá de las leyes o de los cargos públicos, esta vocación nace de “su compromiso con el país”. Pero, para que pueda ejercer ventajosamente una función pública, debe tener la preparación necesaria, tanto ciudadana, como profesional y personal, en todo el sentido de la palabra. Esto no es exclusivo de la mujer, esta conciencia debe ser asumida por todo aquel que aspire a funciones de gobierno.
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