Los
tipos de interés ponen a prueba la capacidad de liderazgo de Janet Louise
Yellen, la primera mujer que preside la Reserva Federal de EE UU
La descripción del amor a primera vista, en versión Nobel de
Economía, puede llegar a sonar muy particular. “Nos gustamos inmediatamente y
decidimos casarnos. No solo es que nuestras personalidades encajaran
perfectamente, sino que siempre hemos estado de acuerdo sobre la macroeconomía.
Nuestro único desacuerdo es que ella apoya un poco más el libre comercio que
yo”. Así es como George A. Akerlofdescribió en 2001, al
recibir el prestigioso galardón, el flechazo con su esposa.
Se toparon a finales de los 70 en la cafetería de la Reserva
Federal, donde trabajaban en aquella época, y al poco descubrieron que ambos
eran unos apasionados de la Curva Philips (la teoría que relaciona la inflación
con el paro). La cosa tenía que acabar en boda.
La chica, una economista brillante criada en Brooklyn, se
llamabaJanet Louise Yellen. El pasado jueves, casi 40 años después, se encontraba de nuevo
en ese mismo edificio de Washington y seguía muy ocupada con el paro y la
inflación, pero también, muy especialmente, con la expectación creada en todo
el mundo en torno a lo que el banco central estadounidense decidiría, subir o
no los tipos de interés. Yellen (Nueva York, 1946) fue nombrada presidenta de
la Reserva Federal de EE UU (Fed) a propuesta del presidente estadounidense Barack
Obama en 2014, en
sustitución de un Ben Bernanke que había puesto en marcha
el mayor programa de estímulos monetarios de la historia para evitar el gran
desastre financiero. La misión de Yellen, primera mujer en ese cargo, era —y
es— completar el camino de regreso.
En su día, se la recibió
como progresista y como paloma. En el mundo de los
bancos centrales y la política monetaria se suele dividir a las personas entre
halcones y palomas: los primeros, los más ortodoxos, y segundos, más flexibles
con las normas cuando la anemia económica lo requiere. Pero varios de sus antiguos
colaboradores lo matizan. “No tiene ideas fijas, no es dogmática, es muy buena
escuchando y siempre está dispuesta a cambiar de opinión a la luz de la
evidencia”, dice por ejemplo Andrew Levin, profesor de la Darmouth College que
trabajó con ella y con Bernanke en la Fed.
Se graduó en la Universidad de Brown en 1967, se doctoró en Yale
cuatro años después y trabajó como profesora asistente de Harvard entre 1971 y
1976. Allí conoció a Jim Adams, que era algo más joven. “Entonces ella era
soltera y vivía cerca de mí y de mi mujer, pasábamos muchas veladas juntos, le
gustaban mucho la gastronomía y el vino, aunque dudo de que ahora tenga tiempo
para ello”, cuenta el profesor de la Universidad de Michigan.
Poco después es cuando se incorporó a la Fed y conoció a aquel
joven Akerlof que iba a ser Nobel de Economía. En otoño de 1977 se presentaron
y en junio de 1978 se casaron. Pasaron un año en Londres y en 1980 regresaron a
EE UU a enseñar en la Universidad de Berkeley (California). En 1981 nació su
único hijo, Robert.
El de los Akerlof no
era un hogar más: cuando buscaban niñera, en vez de discutir sobre las
candidatas, alumbraron un nuevo análisis sobre el empleo. Querían pagarle más
para que trabajara mejor, así que recibieron muchas solicitudes, y así
elaboraron el razonamiento de que los estímulos monetarios podían servir para
impulsar el empleo en tiempos de crisis.
La anécdota, muy extendida, ilustra cómo vida personal y
dedicación al estudio de la economía han sido una única cosa en esa pareja. “Se
complementan muy bien el uno al otro”, apunta Adams.
Aunque la primera vez que la vio fue en unas vacaciones en
Francia, donde por casualidad coincidieron en el mismo hotel, Adams la conoció
de veras un tiempo después. “Lo que ocurrió explica muy bien cómo es ella: yo
volvía decepcionado de una reunión porque me habían tumbado un capítulo de una
disertación que era importante para mí, era el más personal y el que me parecía
más interesante. Me encontró, notó mi mala cara y cuando le expliqué lo
ocurrido me dijo: ‘Esas ideas son interesantes, veamos si existe una manera más
persuasiva de exponerlo”, apunta Adams. Era 1976 y de ahí surgió un artículo
conjunto sobre materias primas. “Ella conoce muy bien los modelos económicos
complejos, es brillante, pero es muy capaz de explicarlos de una forma
sencilla, no tiene ninguna arrogancia intelectual”, explica.
El español Ángel Ubide, del Peterson Institute, la ha tratado en
varias ocasiones. “Es muy inteligente, muy cercana y te hace sentir cómodo en
los debates, no tiene soberbia, pero tampoco ningún problema en defender posiciones
diferentes al resto”, explica. En 2006, cuando ella era gobernadora de la Fed
de San Francisco —con Greenspancomo presidente—, defendía que el
objetivo de inflación se situara en el 1,5%, algo que no era compartido por
muchos, pero años después no tuvo problema en considerar que las circunstancias
hacía deseable situarlo en el 2%.
Además de profesora y banquera central, asesoró al Gobierno de
Clinton en los noventa. Andrew Levin destaca cómo ella ha sido clave para
construir consensos. Desde 2010, era la vicepresidenta de la Fed. “El jueves en
la reunión del comité de la Fed solo hubo un disidente entre los 10 miembros
con voto, lo que es verdaderamente remarcable, ya que muchos de ellos
expresaron visiones diferentes en las semanas anteriores”, señala.
La capacidad de escuchar, de hacer que la gente se sienta
escuchada, es el rasgo más repetido respecto a Yellen. Pero en un momento de
semejante presión sobre la Fed, con el mundo en guardia ante cualquiera de sus
decisiones, tendrá que filtrar el ruido más que nunca. Levin advierte: “No hay
duda de que tendrán que empezar a subir tipos en algún momento y su capacidad
de liderazgo será evidente cuando la Fed tome esa determinación”.
http://economia.elpais.com/economia/2015/09/19/actualidad/1442695193_623847.html
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