Las leyes sobre el alquiler de vientres
son confusas
La gran fábrica, por supuesto, sigue siendo la India. El país
rebosa de clínicas que contratan mujeres muy pobres para usarlas como vientres.
Madres y padres del mundo próspero mandan sus embriones y doctores locales se
los implantan a una chica local que, por poner su cuerpo a producir full
timedurante nueve meses, gana lo que no podría ganar en muchos años
de trabajo, si tuviera: unos 4.000 euros. Por la misma labor una chica
americana puede cobrar 40.000, así que el precio total del bebé USA anda por
los 90.000; en la India se pueden conseguir por 12.000.
En sus clínicas, el sistema se parece cada vez más a la clásica
cadena de producción. La mujer que alquila su
vientre recibe un embrión fertilizado de un óvulo que puede o no venir de la madre y esperma que puede o
no venir del padre. Si hay donantes, por supuesto, son anónimos, pero no
indiferentes: el aporte de un profesional modelo o una modelo profesional se
cobran mucho más que una persona normalita –porque producirán niños más guapos
o más inteligentes. El diseño llega a todas partes.
Hay peculiaridades: en este oficio una obrera mal alimentada o mal
portada es mal negocio, así que las internan en casas colectivas donde no hacen
sino gestar, bien controladas, bien comidas. Y cuando paren, por supuesto,
firman un papel que dice que nunca intentarán saber qué fue de su producto.
Los precios indios abrieron el mercado. Así, lo que empezó como
una técnica para parejas heterosexuales con problemas de fertilidad se convirtió en salida para
quienes no solían tener salida: solteros, solteras, parejas homosexuales. La relación entre
técnica y costumbres siempre fue intrincada: cuál modifica a cuál.
Las leyes sobre el alquiler de vientres son confusas. Empresarios
y usuarios aprovechan los vacíos legales: cuando una práctica es demasiado
nueva como para estar bien legislada. Pero hace más de un año el Gobierno indio
prohibió usarla para solteros o parejas gais –y esa crisis fue la oportunidad
para Nepal: un mercado, un nicho. Se volverían especialistas en paternidad 2.0.
Empezó como una técnica para
heterosexuales con problemas de fertilidad. Ahora es una salida para solteros y
parejas homosexuales
En Katmandú, empresas de maternidad ajena crecieron como hongos:
ya hay más de una docena. El Gobierno no se mete mientras sea una transacción
entre extranjeros, así que las clínicas contratan mujeres indias o bengalíes
para usar sus vientres. Le Nouvel Observateur define esta forma de la globalización:
“Los bebés son rompecabezas hechos de partes que vienen de todo el mundo. Óvulo
provisto por una polaca o ucraniana –para que sea caucásico–,
esperma americano o sueco o japonés, embrión congelado en la India,
transportado en frío e implantado en el vientre de una bengalí en una clínica
de Nepal”.
La tendencia avanza, pero no hay cifras globales: muchos de esos
niños no se registran claramente, y nadie sabe cuántos se producen cada año en
el mundo. Avanzan también las dudas, las preguntas, sobre qué significa ser
madre, qué ser padre, hasta qué punto es tolerable comprar cuerpos para cumplir
ciertas funciones. Y se ha creado un nuevo mercado de trabajo: uno de los más
humillantes que se pueda imaginar. Hace casi dos siglos un alemán rescató una
rara palabra latina y la puso a circular. Proletario era el que, de tan
pobre, sólo podía aportar su prole; el alemán nunca sabrá que su palabra se
volvería tan exacta.
elpaissemanal@elpais.es
http://elpais.com/elpais/2015/07/27/eps/1438008645_417941.html
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