DE LA INDIGNACIÓN, AL MATONEO Y EL ABUSO EN REDES SOCIALES / ANÁLISIS


¿Por qué expelemos tanto odio en los espacios de socialización en línea?

Sonará a refrito pero me niego a acostumbrarme a la vulgaridad y la ramplonería que cabalga libre en las redes sociales. Está claro que son un espacio de expresión popular y lo que menos podemos esperar son reflexiones filosóficas (aunque las hay, y muy buenas por demás).

El ejercicio de usar una red social, que podríamos unificar bajo el concepto de Twitter, no es más que caminar dentro de una plaza abierta, repleta de gente, que, sin orden ni prejuicio, habla, opina. Se oyen cosas interesantes, otras no tanto. Y también basura. Y por basura me refiero a comentarios cargados de vulgaridad, de odio excesivo. 

¿Es malo protestar, indignarse? Claro que no. Hace parte de nuestra más profunda característica humana. En su justa medida, el inconformismo y la crítica son absolutamente necesarios para el sano desarrollo de una sociedad.
¿Y cuál es esa ‘justa medida’? Imposible definirlo. Lo que sí es insano e ilógico es el insulto, el matoneo, la usurpación del respeto. Y ni hablar de los delitos de injuria, calumnia y amenazas de muerte.

Que una persona se burle de la muerte del hijo de Navarro Wolff es enfermo; que otra insulte con vulgaridades irrepetibles a una marca por un error, demora, etc., es abusivo. Que una persona levante a madrazos a un banco en Twitter porque le bloqueó su tarjeta de crédito, pese a que desde un año atrás le ha venido pidiendo que se acerque a cambiarla por una nueva con chip, es algo sin sentido. Que alguien denigre de toda una empresa por un error de 15 minutos en la adjudicación de una cita es algo abusivo; o que literal, amenacen a una entidad o marca con ‘el poder de sus miles de seguidores’, ya raya en la tontería.
Lo peor: ¡las marcas corren despavoridas a tratar de atender a esos que las ofenden!

Con toda sensatez yo le recomiendo a las empresas: no tengan miedo.
 El usuario que insulta no merece atención. Repliquen sus groserías ante la comunidad digital y exijan respeto. ¡Es la base de todo! Lo mismo ocurre con quienes expresan sus opiniones. La controversia se acompaña, en el mejor de los casos, con comentarios cargados de sorna hiriente. Es más, antes los insultos por una opinión saltaban de perfiles recién creados, de personas que se ocultaban en el anonimato.
La semana pasada un ingeniero eléctrico, con nombre y apellido y el dato exacto de la empresa para la que trabaja, todo esto en su perfil de Twitter, con la foto de su cara, me dijo ‘rolo hp’, porque dije que María del Pilar Hurtado se presentó a las autoridades y no fue capturada. ¡Así no mas! Espero visitar algún día esa ciudad de la costa, timbrar en su oficina y presentármele como el ‘rolo hp’. 

El mal servicio, la mala experiencia y el abuso de una entidad o empresa por supuesto que deben ser señalados y compartidos. Pero cuando se hace con insultos, el que queda como un gamín es el usuario y el fondo de la discusión se deshace en el campo infértil de la vulgaridad. 

La indignación tuitera ha servido. Su presión ha traído logros en contadas excepciones. En otras ocasiones da risa. Nada gusta, todo es malo.
 ¿Por qué no dejan de seguir a alguien en vez de insultarlo por su opinión? ¿Por qué no cancelar el servicio de ese operador en vez de insultarlo a diario? 

El fenómeno de las redes sociales aún está en pleno desarrollo. Son un espectacular invento. Lo único malo es la gente que las usa.
¿Qué fórmulas cree usted que debemos aplicar para reducir las groserías, abusos y matoneo que habitan en las redes sociales?
José Carlos García R.
Editor Tecnósfera

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