Un esfuerzo heterogéneo en
el sector público-privado para hacer frente al mensaje del extremismo, observa
David N. Lawrence y otros autores
Hace medio siglo, Marshall
McLuhan llegó a esa conclusión profundamente radical acerca de los efectos de
las comunicaciones electrónicas y de la tecnología del siglo XX. Desde
entonces, ha demostrado ser una de las verdades que supo anticipar la actividad
humana y la velocidad de los cambios.
Ahora que nos empeñamos en
combatir las amenazas del extremismo en casa y en el exterior, la reflexión de
McLuhan es más importante que nunca. El mundo digital ha mostrado claramente
que se necesita algo más que autoridad gubernamental y fuerza militar para
garantizar la seguridad mundial. Autoridades locales y de fuera de EEUU
reconocen que han logrado pocos avances en la larga y amplia campaña para
combatir las ideologías que estimulan el extremismo. Para hacer frente al
mensaje del extremismo, es preciso que se organice en el sector público-privado
un esfuerzo heterogéneo y de largo plazo.
Aunque los avances
tecnológicos en los medios de comunicación propiciaron enormes beneficios
sociales, el alcance y la ubicuidad de las nuevas herramientas de mensajes
también han facilitado la manifestación de las expresiones más sombrías del
comportamiento humano. Las herramientas de los medios sociales se han
convertido en la primera línea de batalla para la inspiración y la financiación
del extremismo. Tan solo hay que preguntar a quienes van a Siria, quienes
empuñan un hacha, o al niño de una remota aldea camboyana si saben el nombre
del predicador americano que quería quemar el Corán.
Los extremistas saben que
cada vez más parte de la población mundial —sobre todo los jóvenes— depende de
los medios sociales para informarse y mantenerse conectado. Se trata de un
mercado muy influyente, en que las imágenes, emociones y la psicología
triunfan, con frecuencia, sobre la razón.
El desafío para la
seguridad pública en el mundo digital es que los medios sociales no tienen un
centro. Los individuos controlan la creación y la distribución de contenido
desde cualquier parte del mundo. En medio de la proliferación de los medios
sociales, las personas se aglutinan en torno a afinidades cada vez más
estrechas. Es alarmante el hecho de que mientras más extrema sea la
sensibilidad del autor en cuanto a sus afinidades, más atención recibe. De esa
manera, los medios sociales proporcionan tanto un principio organizador como
una estrategia flexible para el comportamiento extremo. La respuesta viene, con
frecuencia, en forma de hidra. Si cortamos una cabeza, nacen otras dos.
En un mercado de ideas que
no se mueve por medio de botas y bombas —y donde las respuestas militares se
dan, efectivamente, por medio de descargas digitales que incitan a la ira—
nuevas estrategias, narradores y marcas son indispensables para sofocar la
fascinación del extremismo. En ese sentido, hay lecciones del pasado que siguen
siendo importantes.
Lecciones del pasado
En
1957, James Reston, de The New York Times, advertía por medio de una
parábola sobre la correlación entre tecnologías emergentes y las amenazas de
los extremismos:
Un director de salud […] informó esta semana que un pequeño ratón,
aparentemente después de pasar algún tiempo viendo televisión, atacó a una niña
pequeña y su gato […] Tanto el ratón como el gato sobrevivieron. El incidente
fue registrado aquí como un recuerdo de que las cosas, por lo que todo parece
indicar, están cambiando.
McLuhan
citó la historia de Reston en “Comprender los medios de
comunicación: las extensiones del hombre“, de 1964, ocasión en que
presentó su visión del mundo futuro que, desde entonces, ha alcanzado su
plenitud. Mucho antes de los movimientos radicales de hoy en día, McLuhan
percibió que “la necesidad misteriosa de las multitudes de expandirse y
comunicarse” sólo podría ser comprendida a través de “tecnologías que
extendieran el poder del roce y de estrecharse la mano”. El medio —y no su
contenido— da forma y controla “la escala y la manera de asociación y de acción
del hombre”, y tiene el poder de cambiar la sociedad.
Para McLuhan, la lección
acerca de la emisión de un noticiero de televisión sobre un evento terrible
estaba menos relacionada con la historia en sí y mucho más con el cambio en la
actitud del público respecto al crimen, causada por el medio que lleva la
información hasta los comedores de las casas. McLuhan vio que la capacidad de
la tecnología de ampliar el alcance del hombre podía ser radical, generalizada
y descentralizada. Él acertó cuando dijo: “La guerra es un cambio tecnológico
acelerado”.
Actualmente, tal y como
mucha gente ya ha percibido, la tecnología nos ha comprimido en una aldea
global y ha descentralizado los medios de influencia. Los eventos naturales y
otros que son causados por el hombre en un extremo del mundo modifican eventos
en el otro extremo, de manera instantánea y profunda. La velocidad y la banda
ancha de los medios a través de los cuáles las ideas viajan pueden superar
nuestra capacidad de prever, entender y gestionar.
De forma reciente, el mundo
se ha visto sorprendido por el crecimiento, influencia y tácticas de
movimientos extremistas, como el del grupo de militantes que se autodenomina
Estado Islámico y los extremistas de Boko Haram, en Nigeria. No supimos
entender la extensión total de las implicaciones y las consecuencias no
previstas de los avances tecnológicos que, equivocadamente, suponíamos que sólo
aumentarían las comunicaciones, el comercio y la publicidad.
Nuestra realidad hoy es una
combinación de lo imprevisto, de lo imprevisible y de lo inimaginable. Todo
parece indicar que las tecnologías y los medios sociales beneficiosos se han
transformado en armas de “doble uso” que proporcionan la escala y el alcance
capaces de provocar cambios globales en valores, normas y actividades que
afectan de forma directa la paz y la seguridad. Robert Hannigan, director del
servicio de inteligencia del Reino Unido, dijo de forma reciente acerca de las
empresas que nos conectan: “Por más que no nos gusten, ellas son las redes
preferidas para dirigir y controlar a los terroristas y los criminales, ya que
los servicios prestados por ellas tienen poder para cambiar las cosas, tanto
para ellos como para nosotros”.
Más allá del “envoltorio”
Si queremos saber cómo y
por qué el extremismo atrae —y cuál es la mejor manera de combatirlo— tenemos
que ir más allá del “envoltorio” de los eventos diarios que nos distraen, y
entender el mensaje de los medios. Tal y como nos recuerda McLuhan, solamente
si conocemos los mensajes del medio seremos capaces de desviar la fuerza
resultante de ellos.
Los medios digitales ofrecen un mensaje inicial simple sobre su
poder disruptivo. Nunca antes tan pocas
personas tuvieron tantos medios para proporcionar tanta escala e influir a
tanta gente gastando tan poco y sin grandes restricciones.
Esta guerra es totalmente diferente. En el campo de batalla digital, no hay centro de gravedad. No
hay un aquí, allá y en otro lugar. Las ideas, imágenes y emociones son la
moneda de cambio. Los valores suben y bajan de forma competitiva, sin prestar
atención al poderio militar o a la supervivencia de grupos e individuos.
El mensaje del extremismo vende. Es ideológico y carismático. Para combatir
su influencia, tenemos que comprender en qué creen los extremistas, cuáles son
sus valores, lo que los motiva, y cómo es posible refutarlos. Tenemos que
entender el “terreno que nutre el terrorismo” y la dinámica humana que explica
por qué algunos sucumben a él y otros no.
Los extremistas conocen su público. Ellos reclutan y motivan
una franja de edad específica que comprenden. Su mensaje tiene sentido
especialmente para los jóvenes y los emocionalmente vulnerables, los que se
encuentran en fase de transición, en búsqueda de identidad, significado y
propósito. Hay contenido online sobre la injusticia —y lo que las personas
deben hacer—, además de comunidades de ideas afines que proporcionan apoyo,
orientación y recompensas prometidas.
Su aparato de marketing es sofisticado y global. Las técnicas de marketing
del extremismo fueron sacadas del manual de estrategias de la Avenida Madison
[dirección de las grandes agencias de publicidad de Nueva York]. En el caso del
Estado Islámico, el grupo tiene una marca supranacional (califado), iconografía
(bandera negra), promesa de marca (gloria restaurada) y legitimidad
institucional (balance patrimonial, prensa e informe anual). El Estado Islámico
influye con un discurso emocional, textos, imágenes y música. Él dice que su
causa es justa. Sus valores son, supuestamente, sagrados. Sus líderes se
posicionan como si fueran profetas, prometiendo un mundo mejor. Quien los apoya
puede ser su “amigo”, “seguir” o crear un “link”. Las escrituras, la historia y
los eventos actuales definen la lucha de manera atemporal, una elección entre
el bien y el mal.
El extremismo ahora tiene un modelo de negocios consolidado. Muchos grupos son
organizados como empresas multinacionales, con divisiones semiautónomas con
balance patrimonial propio y responsabilidades sobre las operaciones del día a
día. Las plataformas digitales orientan las estrategias. Los objetivos y los
métodos pueden ser obtenidos mediante descarga. Los resultados son
monitorizados de cerca. Se incentiva la innovación. Es importante observar que
los ataques son autorizados: dónde, cuándo y por cualquier medio disponible.
Es difícil jugar a la defensiva en el mundo digital. Los medios sociales hicieron
que la balanza se inclinara aún más a favor de los extremistas. El coste de la
organización de un ataque es bajo y el impacto alto. Los extremistas saben que
la confianza en las instituciones y en las leyes se conquista con dificultad a
lo largo del tiempo, pero se puede golpear fácilmente con algunos pocos
eventos. Cuando se trata de la seguridad nacional, hay un axioma operacional:
las autoridades deben tener éxito el 100% de las veces. El terrorismo sólo
necesita tener éxito una sola vez.
Las amenazas ahora son cada vez más imprevisibles y volátiles. Las amenazas actuales son
más difíciles de detectar que las conspiraciones de mayor tamaño y duración del
pasado. El alcance digital de los mensajes de los extremistas es garantía de
que ya no hay un “perfil típico” de actores violentos. No importa si el
individuo fue reclutado por un grupo —o en condición de “lobo solitario” o
agente “itinerante”— el hecho es que el extremismo es un empleador que ofrece
igualdad de oportunidades. Los reclutas proceden ahora de todas las naciones,
grupos étnicos, edades, sexo y clases sociales. Tal y como admitió
recientemente James Comey, director del FBI: “Encontrar una persona típica, un
ser físico en el cual la mente perturbada encuentre guarida es algo que efectivamente
se nos escapa”.
Nuestros especialistas en asuntos militares reconocen que no es
suficiente con combatir. Necesitamos comunicar mejor el encanto de nuestros valores.
Según dijo el ex almirante James Stavridis (actual rector de la Escuela de
Derecho y Diplomacia de la Universidad Tuft): “A veces, las personas dicen que
estamos en una guerra de ideas. No es del todo así. Estamos en un mercado de
ideas. Tenemos buenas ideas: democracia, libertad, libertad de expresión,
igualdad de géneros, igualdad racial. Tenemos que ampliar esas cosas a lo largo
del tiempo. “Tenemos también que usar a nuestro favor las condiciones
económicas que mejoran la vida de las personas”.
Conocer
nuestros medios y competir con el extremismo es algo en lo que el Gobierno no
puede fallar, tenemos que tener más know-how y recursos. Nadie puede hacer eso solo. Según el principio (Ley
de Joy) atribuido al científico de la computación y fundador de Sun
Microsystems, William Joy, “no importa de quien se trate, la mayor parte de los
individuos realmente inteligentes trabajan para otra persona”. Deberíamos
intentar contactar con esas personas. Para eso, tenemos una propuesta modesta:
conectar el punto de vista de McLuhan con la Ley de Joy.
Amplia colaboración
Las sociedades libres
siempre dependieron de la colectividad para su defensa. Necesitamos una amplia
colaboración del sector público-privado por parte de aquellos que entienden
nuestros medios y saben cómo combatir los mensajes del extremismo. Ejecutivos de
Google, Facebook y Twitter se reunieron recientemente con altas autoridades
para discutir “formas de infundir confianza y aumentar la transparencia”. Es un
comienzo excelente, pero creemos que para pasar de la influencia a la acción es
preciso que haya una coalición aún mayor de los verdaderos productores.
Los recursos deben ser
obtenidos en comunidades privadas, públicas, académicas y ONGs. Estarían
incluidos ahí también los grupos que entienden el extremismo, así como
especialistas en comunicaciones y marketing responsables del lanzamiento de
marcas, productos, redes sociales y campañas políticas exitosas. Además de la
participación del Gobierno, deben formar parte también de ese esfuerzo los
creadores de contenido, cineastas, productores de multimedia, profesionales de
marketing sociales, especialistas en comunicaciones, en tecnología, analistas
de “big data”, estudiosos del comportamiento, antropólogos, sociólogos, líderes
religiosos y comunitarios, intelectuales, artistas, músicos, creadores de videojuegos
y ciudadanos “comunes”.
Tenemos que “conocer” las
narrativas de los extremistas (consumidores) y obtener cada vez más
conocimiento de grupos de estudios y de investigadores de opinión. Ninguna
fuente debe ser ignorada. Los diseñadores de videojuegos, por ejemplo, crearon
comunidades globales multigeneracionales basándose en fenómenos del mundo real
como, por ejemplo, pérdidas emocionales, dudas existenciales y la simple
búsqueda de la belleza. El esfuerzo debe tomar en cuenta las diferencias
culturales y de otra naturaleza en el ámbito de públicos diversos. Los
mensajeros (portavoces) deben ser tan importantes como cualquier mensaje.
Como la autenticidad es
importante, la iniciativa no puede ser exclusiva del Gobierno. Eso no será
fácil de sortear. Se cometerán errores. Pero esfuerzos comerciales análogos
tienen lugar a diario en todo el mundo. La financiación de ese esfuerzo saldría
muy barato para el presupuesto militar, y sin ninguna pérdida de vidas. No
tenemos nada que perder, excepto tinieblas y sombras.
Sobre los autores:
David N. Lawrence es fundador y director de colaboración de la
Risk Assistance Network+Exchange (RANE), y ex asesor jurídico adjunto y
director administrativo de Goldman Sachs. Anteriormente, ocupó varias
posiciones de nivel senior en la procuradoria de EEUU, en Nueva York. Curtis
Houghlandis, consejero delegado de Attentionusa.com, agencia de medios sociales
y marketing global. Stephen Labaton es presidente de la empresa global de
comunicaciones Finsbury, y ex articulista senior de The New York Times. Frances
Townsend es vicepresidente ejecutiva de MacAndrews & Forbes y fue consejera
de seguridad nacional del presidente George W. Bush. Farah Pandith es
investigador senior de la Universidad de Harvard y fue el primer representante
especial del Departamento de Estado de EEUU para las comunidades musulmanas.
Juan Zarate es autor de “Guerra del tesoro: el desencadenamiento de una nueva era de
guerra financiera” [Treasury´s War: The unleashing
of a new era of financial warfare] y fue asesor de seguridad
nacional interino y secretario asistente del Tesoro para la lucha contra la
financiación del terrorismo. John Squires es socio senior del despacho de
abogados Perkins Coie, con especialización en propiedad intelectual y derecho de
tecnología, habiendo servido como asesor jurídico jefe de PI [Propiedad
Intelectual] de Goldman Sachs. Matthew Lawrence es investigador jurídico y de
PI de Perkins Coie. Los autores agradecen también la contribución de Tim
Murphy, vicepresidente de MacAndrews & Forbes, ex director interino del FBI
y Adam Robinson, consejero delegado de Robinson Global Strategies. Las
opiniones expresadas por los autores son de su entera responsabilidad, y no de
las organizaciones en las cuáles actúan o hayan actuado.
http://www.knowledgeatwharton.com.es/article/en-la-lucha-contra-el-extremismo-los-medios-sociales-son-el-mensaje/
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