Cientos de personas alrededor del mundo abandonan las ciudades para levantar comunidades sostenibles en el campo. En Colombia existen más de 20, conozca algunas de ellas.
“La falta de tiempo”. Ese es el principal argumento que resume
la apatía que sienten los neocampesinos por la ciudad. Para estos jóvenes,
todos profesionales, que vivieron en grandes ciudades al ritmo vertiginoso del
éxito, su prioridad ahora es otra.
Algunos de ellos viven con lo básico en ‘ecoaldeas’ cercanas a
Bogotá, Tunja y Medellín. Se despiertan para ayudar a cultivar las huertas y no
para tomar un bus al que, por lo general, no le cabe una persona más. Se reúnen
para cocinar. Tienen suficiente tiempo para trabajar y luego ir al río. Viven
como cualquier persona, pero, eso sí, viven en el mundo en que siempre soñaron.
Quienes han tenido la oportunidad de dejar su empleo y abandonar la ciudad para
trabajar en el campo aseguran que no es imposible. Hay quienes lo logran y
quienes simplemente se quedan por unas semanas.
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Este estilo de vida, además de promover una visión totalmente
contraria a las sociedades hiperconsumistas, también refleja una preocupación
por cuidar los recursos naturales. Todas las comunidades están construidas en
materiales biodegradables y producen su propio alimento. Sin embargo, esta no
es solo una tendencia en Colombia. Según la Red Global de Ecoaldeas (GEN por
sus siglas en inglés) existen 10.000 comunidades y proyectos de todo el mundo,
donde las personas viven juntas en una mayor armonía con el medioambiente.
Uno de los miembros de esta red mundial es el Consejo de
Asentamientos Sustentables de América Latina, que busca promover, formar,
investigar y difundir estilos de vida sostenible. A esta red regional pertenece
Aldea Feliz, una de las 20 ecoaldeas que existen en Colombia. Semana Sostenible habló con los
fundadores y habitantes de algunas de estas comunidades para entender cómo y
porqué la gente se moviliza hacia el campo, mientras que muchos campesinos lo
abandonan para vivir en las ciudades.
Aldea
Feliz
Cuando la diseñadora gráfica Nelly Quiñones le contó a su
familia que abandonaría Australia para vivir en una carpa, en la zona rural de
San Francisco, Cundinamarca, creyeron que su vida sería un fracaso. Hoy, seis
años después, vive en la ecoaldea Aldea Feliz, tiene su casa biodegradable y
continúa trabajando, pero a su manera.
En el periodo de transición de la ciudad al campo, Nelly tuvo
que vivir durante nueve meses con lo mínimo en una carpa. “Dejé atrás la idea
de estar pendiente del tiempo. Dejé atrás la idea de pensar solo en mí, porque
en la ciudad te vuelves muy desconfiado y egoísta. Aprendí a pensar en
comunidad”, cuenta.
En esta ecoaldea que nació en 2006 viven 30 personas: 12 adultos
y seis niños habitan allí de forma permanente, mientras que los 12 restantes se
quedan solo por algunos días. El lugar tiene alrededor de dos hectáreas en las
que han construido 11 casas y una más que aún no está terminada. De acuerdo con
Nelly, las viviendas tienen un área máxima de 70 metros cuadrados y su tamaño
varía si se trata de una persona sola o de una familia.
Para que el lugar fuera sostenible cada familia construyó su
casa con materiales biodegradables de origen vegetal como la madera, el
bahareque y la guadua. La cocina y el patio de lavado es comunitario. Compran
algunos alimentos pero solo a los campesinos de la vereda, cada familia se hace
cargo de sus desechos y cuentan con una estación de reciclaje. Incluso, por su
aporte al desarrollo de innovaciones ambientales en un contexto de cambio
climático, obtuvieron el premio Producción Social del Hábitat América Latina
2017.
Sin embargo, su intención, más allá de mantener una relación
amigable con el medioambiente, es crear sus propios mecanismos de gobierno y
economía colaborativa. Es decir, cambiar el paradigma tradicional del éxito.
“Aldea Feliz está transformando ese paradigma por uno centrado en el cuidado,
tanto personal como hacia los demás”.
Proyecto
Gaia
Esta ecoaldea nació como una organización para enseñarle a la gente sobre el
cuidado de la tierra en la ciudad. Sin embargo, Betto Gómez y Tatiana Pereira,
sus creadores, se dieron cuenta de que enseñar a reciclar no era la solución
para contribuir al medioambiente. “Decidimos que lo mejor era ir a vivir en el
campo. En ese proceso de cuatro años, trabajamos con organizaciones ambientales
e indígenas que nos enseñaron la forma correcta de vivir en un contexto
natural”, explica Betto Gómez, quien además es publicista.
Encontraron un terreno de 10 hectáreas en la zona rural de Villa
de Leyva, Boyacá. Dos hectáreas son privadas y ocho son de área comunitaria. En
este último espacio hay un nacimiento de agua, árboles frutales, lagos, un
centro de producción de abonos y ocho casas, cada una de 1.000 metros
cuadrados.
Cada vivienda es una construcción ecológica de barro, tierra,
bambú, madera, paja, quincha, adobe y tapia pisada como las casas de bareque
que aún sobreviven en Villa de Leyva. “Tenemos el caso de una madre soltera que
vive con sus dos hijos en una casa construida con bambú. Estuvo sin
electricidad durante dos años y ahora puso su propia instalación de energía
solar. Es la primera vivienda autosuficiente”, dice Gómez.
“Quienes tienen familia llevan a sus hijos a la escuela de la
vereda, donde algunos de nuestros voluntarios dictan clases de inglés y
francés. Por otro lado, también les enseñan a cuidar su ecosistema y a
denunciar las actividades de la gente que pone en riesgo sus terrenos y ríos. A
ellos los llamamos los sapos de la vereda”, añade.
En caso de que llegue una persona interesada en ser parte de la
comunidad, pueden recurrir a diferentes alternativas. “Tenemos la modalidad de
voluntarios, aquellas personas que vienen para aprender a construir una casa y
a sembrar, pero luego se van. Otra es la del banco de tiempo, en la que las
personas trabajan durante tres años por un terreno de proyecto Gaia, es decir,
que no necesitaron un capital económico para adquirir su espacio, sino que lo
pagaron con trabajo. La última opción es la de las personas que se han
vinculado con dinero y han comprado su tierra”, asegura Gómez.
Aldeanos
Digitales
Las Tiny House son casas pequeñas que cuentan con el espacio
suficiente para tener una vida cómoda. Su concepto se basa en consumir lo menos
posible y vivir solo con lo necesario. Este estilo de vivienda fue adaptado por
Santiago y Tatiana* para vivir en el campo. Él es publicista y ella
comunicadora, pero ambos “dejamos nuestros trabajos a un lado y eso implicó
reducir nuestros gastos económicos y ajustar nuestras necesidades. La mejor
manera de adaptarnos a esa nueva realidad fue vivir en el campo y trabajar
desde aquí”, dice Tatiana.
Ella recuerda que cuando conoció a Santiago, él tenía el sueño
de crear una casa pequeña para vivir fuera de la ciudad. Le mostró los planos y
ella también se entusiasmó con la idea. Tiempo después empezaron a trabajar en
su propia vivienda en una pequeña área dentro de un predio de la familia de
Santiago, en zona rural del municipio de Guasca, Cundinamarca.
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En 2013 ya tenían su primera casa de 18 metros cuadrados en los
que construyeron dos pisos y un altillo. En el primer piso tienen un cuarto
para un huésped; en el segundo hay un pequeño balcón, la cocina, el comedor y
las escaleras que a la vez usan para guardar su ropa y sus zapatos. En el
altillo queda su habitación y todos espacios tienen una doble funcionalidad,
por ejemplo, una mesa es alacena y a la vez sirve de comedor.
Tiempo después decidieron compartir la experiencia de vivir en
una casa pequeña y crearon una página web llamada Aldeanos Digitales, donde
cuentan cómo construyeron la vivienda, le explican a sus lectores que tener una
casa grande no es sinónimo de felicidad, y especialmente les hablan del proceso
para cambiar de estilo de vida, que no necesariamente debe ser en el campo.
Más tarde tuvieron la idea de crear dos nuevas Tiny House. Una
de ellas cuenta con cocina, comedor, habitación y baño en tan solo 12 metros
cuadrados. La otra tiene los mismos espacios, pero en un área de 21 metros
cuadrados. Estas dos casas se pueden alquilar por un fin de semana a través de
airbnb. “La gente viene porque quiere escaparse un rato de la ciudad, sin necesidad
de ir muy lejos de Bogotá. Hoy el turismo no era como antes, la gente busca una
experiencia y en nuestras casas han encontrado precisamente eso”, dice Tatiana.
http://sostenibilidad.semana.com/tendencias/articulo/como-sera-la-sociedad-del-futuro/40976
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