En el Día del Padre, el
director del Instituto de Ciencias para la Familia reflexiona sobre aquel
aporte propio –no exclusivo- del padre, que hay que revalorar de manera
permanente.
El padre cumple una
función fundamental –complementaria a la de la madre– en el desarrollo afectivo
y equilibrado de los hijos. En este artículo me gustaría reflexionar sobre
aquel aporte propio –no exclusivo- del padre, que hay que revalorar de manera
permanente.
El padre ayuda a los
hijos a ejercer mejor su libertad y su responsabilidad (dos caras de una misma
moneda), y forjar su propia independencia. Es el ejemplo de principios y
valores, establece las normas, protege y da seguridad (mata a todos los miedos
de los hijos), enseña lo que se sabe y da testimonio con firmeza. Brinda amor y
ello implica, por su parte, un esfuerzo grande para organizar su apretada
agenda y dedicar tiempo a los hijos (por ejemplo, el jugar juntos les da un
mensaje claro: “mi padre es capaz de separar tiempo suyo porque me valora,
quiere estar conmigo, y se divierte”); para hablar con ellos, saber qué les
ocurre, qué piensan y, de acuerdo a ello, poder orientarlos. Los consejos deben
ir acompañados de sentido del humor, para que no se ahoguen en un vaso de agua
y tengan la perspectiva de la vida.
Un buen parámetro para
determinar el amor real del padre hacia sus hijos es preguntarle cuándo fue la
última vez que ha hablado con su hijo/a en serio, de preocupaciones,
inquietudes y problemas que a éste/a le afectan; o, en otro contexto, con qué
frecuencia lo hace. Tal vez nos llevemos más de una sorpresa. Y es que conviene
recordar que una de las dinámicas tendenciales del amor humano es la unidad,
estar el mayor tiempo posible con la persona amada. Esto debe demostrarse en la
práctica para que sea real (se puede aplicar lo mismo del amor hacia la
esposa). El lenguaje popular lo reconoce: “obras son amores y no buenas
razones”.
El padre debe aprender a
corregir a los hijos. Siempre habrá que decirles las cosas buenas que hacen y
promoverlas, pero también las cosas que no hacen tan bien (como el orden en la
casa, en el cuarto, el cuidado del horario en el uso de los medios
electrónicos, etc.), y no hay que ceder en esto, aunque nos parezca que no
hacen caso. No estaremos siempre con ellos; entonces, o los hemos formado bien o
lo pasarán mal.
En el proceso de
formación de la personalidad, el padre aprende a esperar y a perdonar, sabiendo
que debe dar tiempo a cada uno según sus circunstancias, porque el proceso de
madurez es distinto. Así, no da al hijo inmediatamente lo que necesita, para
que aprenda a desarrollar su propio autocontrol y que no todo se consigue al
instante. Es necesario enseñarle a ganar –luchar por conseguir las metas– pero
también a perder, porque les pasará muchas veces en la vida (puede no encontrar
la mujer de sus sueños, el trabajo deseado, la situación económica ideal,
etc.).
El padre que no está
Aunque hemos mencionado varios rasgos del aporte del padre, la situación global –nuestro país no es la excepción– muestra un número de madres solteras creciente en todo el mundo. Por ejemplo, en Estados Unidos, siendo un país desarrollado, uno de cada tres niños crece sin padre. Las “familias sin padre” constituyen la tendencia demográfica más perjudicial de esta generación, el daño de mayor gravedad hacia los niños: las investigaciones demuestran que hay 24,7 millones de niños norteamericanos en esta situación (36,3%) un número mayor que el de americanos afectados por cáncer, Alzheimer y SIDA juntos.
Aunque hemos mencionado varios rasgos del aporte del padre, la situación global –nuestro país no es la excepción– muestra un número de madres solteras creciente en todo el mundo. Por ejemplo, en Estados Unidos, siendo un país desarrollado, uno de cada tres niños crece sin padre. Las “familias sin padre” constituyen la tendencia demográfica más perjudicial de esta generación, el daño de mayor gravedad hacia los niños: las investigaciones demuestran que hay 24,7 millones de niños norteamericanos en esta situación (36,3%) un número mayor que el de americanos afectados por cáncer, Alzheimer y SIDA juntos.
Según Blankenhorn,
presidente del Instituto para los Valores Americanos, en este siglo la sociedad
se dividirá prácticamente al 50% en dos grupos diferenciados, no por razón de
raza, clase o religión, sino: uno, constituido por aquellos niños y jóvenes que
han recibido los beneficios (psicológicos, sociales, económicos, educativos y
morales) de la herencia vital de la presencia de un padre implicado en la
familia; y otro, formado por aquellos que carecieron de ella.
Pero podríamos pensar
que esto se debe a la ausencia física del padre (que en nuestro país alcanza al
30% de los hogares), pero hay un fenómeno también creciente que los
psicólogos denominan “síndrome de la función paterna en fuga”: aunque el padre
está presente físicamente no ejerce su papel. Y esta situación puede ocurrir en
cualquier de las familias.
Ante esta realidad en la
que las madres deben asumir toda la función social y educativa –por eso los
grandes esfuerzos de las madres solteras se deben valorar siempre-, se
favorece, en general, personalidades individualistas. La gran pérdida cultural
es de la paternidad como función insustituible y vital. Sufrimos lo que David
Gutmann, profesor de la Universidad de Nothwestern, denomina la
“desculturización de la paternidad”, cuyo efecto más palpable es la
fragmentación de la sociedad en individuos aislados unos de otros, y extraños a
las necesidades y bienestar que demanda la familia, la comunidad y el país.
Rescatar la figura paterna
El modelo social dominante es el consistente en la relación madre-hijo. Y el padre suele ser apreciado y aceptado en la medida en que sea como una “segunda madre”; papel reclamado en muchas ocasiones por las propias mujeres que les recriminan no cuidar, atender o entender a los niños de la misma manera como ellas lo hacen.
El modelo social dominante es el consistente en la relación madre-hijo. Y el padre suele ser apreciado y aceptado en la medida en que sea como una “segunda madre”; papel reclamado en muchas ocasiones por las propias mujeres que les recriminan no cuidar, atender o entender a los niños de la misma manera como ellas lo hacen.
En este clima, el padre asume su propia autoridad como un freno,
por lo que intenta ser “amigo” de su hijo en lugar de ser “padre”, que es lo
que le corresponde. Esto se evidencia, por ejemplo, en los padres de parejas
separadas o divorciadas que solo ven a sus hijos algún fin de semana y acaban
cambiando la relación padre-hijo por una relación de compañeros. En lugar de
ayudar con los deberes o formar en valores con exigencia, prefieren el camino
sencillo llevando a sus hijos de compras, al cine o a cenar. Los
estudios demuestran que en muchos casos los padres divorciados poco a poco van
perdiendo el contacto hasta que finalmente dejan de ver a sus hijos
definitivamente. La sociedad ha devaluado progresivamente la función paterna.
En cierta manera esta
situación se manifiesta en la sociedad a través del individualismo imperante:
erróneamente importa más lo que las personas “hacen” que lo que las personas
“son”, incidiendo en el aspecto funcional de la relación. Es lo que nos
advertía Carlos Llano, las relaciones actuales rebajan la dignidad de las
personas y éstas pasan a ser módulos funcionales. Esto tiene un riesgo claro;
cuando alguien no “me sirve” (aspecto funcional) lo cambio por otro, como si se
tratara de una pieza. Lamentablemente es una forma de concebir el mundo, una
forma de concebir el matrimonio y la familia.
La figura paterna debe,
pues, revalorizarse. Él, junto a la madre, puede influir de manera estable y
permanente en los hijos. Y ambos, padre y madre, si fortalecen su amor real, si
se sacrifican, si se ríen juntos, si se respetan mutuamente, si conversan y
hacen planes con ilusión, si se muestran el cariño de manera pública, son un
“libro abierto” del cual los hijos pueden aprender lo más importante de la
vida. Y es que la tarea de ser padres, lo sabemos, no termina nunca.
Paul Corcuera García
Director – Instituto de Ciencias para la Familia
Universidad de Piura
Director – Instituto de Ciencias para la Familia
Universidad de Piura
http://udep.edu.pe/hoy/2015/ser-padre-no-ha-pasado-de-moda/
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