Cuando los cursos online
masivos y abiertos (MOOC, por
sus siglas en inglés) comenzaron a expandirse, hace tres años, hubo mucha
preocupación de que destruirían las universidades tradicionales.
Pero eso no está
ocurriendo. “Estamos haciendo un mejor trabajo en mejorar las competencias
laborales que en transformar el sector universitario”, señala Rick Levin,
expresidente de la Universidad de Yale y actual CEO de la
mayor proveedora de MOOC ,
Coursera.
Esta tecnología está
abaratando la educación y haciéndola más práctica y efectiva para quienes
tienen menor oportunidad de acceso a la educación superior.
La estadounidense
University of the People (Universidad de la Gente), ubicada en Pasadena,
California, que solo dicta clases online, ofrece carreras a estudiantes de todo
el mundo a un costo total de US$ 4,000 y otorga becas a quienes no cuentan con
los recursos suficientes.
Comenzó el 2009 y fue acreditada el año pasado.
Comenzó el 2009 y fue acreditada el año pasado.
A la fecha, cuenta con 65 graduados y en estos momentos
presta servicios a 1,500 alumnos. El cuerpo docente está integrado por
académicos que ofrecen sus servicios de manera voluntaria.
La practicidad de los
estudios online los hace especialmente adecuados para la gente que trabaja.
Según Phil Regier, decano de la facultad online de la Universidad Estatal de
Arizona (ASU, por
sus siglas en inglés), el mercado para las carreras vía Internet en Estados
Unidos está conformado por los 30 millones de personas entre 25 y 40 años que
dejaron la universidad.
Levin, el CEO de Coursera, indica que el 85% de sus alumnos tiene más de 22
años.
Las universidades con
fines de lucro son también proveedores importantes de educación para adultos y
cada vez se apoyan más en las herramientas disponibles en Internet. Por
ejemplo, el 94% de los 42,000 alumnos de la estadounidense Kaplan University
sigue sus estudios online.
Un puñado de
universidades estatales también participa en el mercado virtual: ASU tiene 13,000 alumnos online así como 70,000 que acuden a clases
presenciales.
Derek Bok, expresidente
de la Universidad de Harvard , se
siente optimista pues sostiene que las computadoras pueden hacer que la
enseñanza sea más efectiva: “Gradualmente, la tecnología está haciendo que un
buen número de catedráticos reexamine cómo dicta sus clases, alejándose de la
manera pasiva de aprendizaje y acercándose a una más activa e interesante”.
La Universidad Carnegie
Mellon desarrolló un curso introductorio de estadística en el cual los
catedráticos dictan por menos de la mitad del tiempo, en comparación con el
modelo tradicional, y los alumnos dedican más de la mitad de su tiempo en una
computadora programada para ayudarles si se atascan en algún tema. Solo cuando
el alumno ha logrado superar esa parte del curso, avanza a la siguiente.
William G. Bowen,
expresidente de la Universidad de Princeton, testeó tales cursos en varias
universidades y halló que los alumnos aprenden tanto que con la enseñanza
convencional en un tiempo 75% menor y con costos reducidos entre 19% y 57%.
Carol Twigg, presidenta
del Centro Nacional para la Transformación Académica, testeó métodos similares
en 156 proyectos y obtuvo resultados parecidos.
Compañías como Kaplan,
Apollo y Pearson (que posee el 50% de The Economist) están invirtiendo en
tecnología educativa, lo mismo que buena cantidad de startups.
Kevin Carey, autor de
“The End of College” (“El fin de la universidad”), cree que las
“acreditaciones” electrónicas que están siendo creadas por ciertas startups y
que prueban que su poseedor ha obtenido una calificación particular (a un costo
relativamente bajo), terminará por socavar la educación universitaria
tradicional (y cara). Pero hasta ahora la tecnología educativa apenas si le ha
hecho mella.
Un motivo es que las
universidades temen menoscabar el valor de sus diplomas de graduación. Por
ende, los certificados que los estudiantes obtienen por completar susMOOC, en general, no cuentan como grados académicos y, en
consecuencia, no es probable que hagan mucha diferencia en sus remuneraciones.
Además, los grados
universitarios online tienden a tener un precio elevado, de modo que no son
competencia para los tradicionales: en ASU cuestan
US$ 60,000, comparados con los US$ 40,000 de los títulos basados en la
educación presencial, para los alumnos que residen en Arizona y US$ 80,000 para
los que viven en otro lugar. Eso significa que no han contribuido con reducir
los costos.
La resistencia del
profesorado también ralentiza la adopción de la nueva tecnología. Cuando se
solicitó a los académicos de la Universidad Estatal de San José (perteneciente
al sistema de la Universidad Estatal de California) que dictasen un curso sobre
justicia social creado por el catedrático de Harvard Michael Sandel para la MOOC EdX, se rehusaron.
La razón que esgrimieron
fue que tales avances amenazaban con “reemplazar a los catedráticos,
desmantelar las facultades y proveer una educación de calidad inferior a los
estudiantes de las universidades públicas”. Protestas similares se han
escuchado en todo el país, de modo que por ahora, los intereses de los
académicos están prevaleciendo sobre los de los estudiantes.
Traducido para Gestión
por Antonio Yonz Martínez
http://gestion.pe/empleo-management/the-economist-temor-lo-nuevo-2127966
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