Estados
Unidos y España, que comparten con Latinoamérica una larga historia de
altibajos, ven con inquietud este desembarco chino.
Durante
décadas, la relación se limitó a la retórica de la amistad entre Pekín y los no
alineados, o también al apoyo, con palabras más que con hechos, a movimientos
revolucionarios en la región.
El inicio de las obras para el Canal de Nicaragua por parte de
una empresa china, tal vez la más icónica infraestructura que se emprende en la
América Latina del siglo XXI, simboliza como nunca el rápido posicionamiento de
China como potencia comercial e inversora en el subcontinente.
Estados Unidos y España, que comparten con Latinoamérica una
larga historia de altibajos, ven con inquietud este desembarco chino, que en
solo 10 años ha conseguido acercar sus cifras de inversión y comercio en el
subcontinente a las españolas y estadounidenses, aunque aún sigue por detrás de
ambos.
Durante décadas, la relación entre China y Latinoamérica se
limitó a la retórica de la amistad entre Pekín y los no alineados, o también al
apoyo, con palabras más que con hechos, a movimientos revolucionarios en la
región.
Esto cambió a partir del viaje del presidente chino Hu Jintao a
Brasil, Argentina, Chile y Cuba en el año 2004, fecha que para muchos
observadores marca un hito en las relaciones entre dos mundos lejanos pero con
intereses poderosamente complementarios.
Hu prometió entonces que China invertiría en América Latina
US$100.000 millones en la década venidera e intentaría también llegar a esa
cifra en cuanto a intercambio comercial, un objetivo superado con creces en la
actualidad (US$261.600 millones en 2013).
La inversión china en la región pasó de US$1.000 millones en
2003 a US$87.800 millones en 2012, y solo la construcción del canal de
Nicaragua ya supone otros US$40.000 millones.
El país asiático está detrás de grandes proyectos en el sector
ferroviario, el minero, el petrolero o el hidroeléctrico de la región, algunos
de ellos dirigidos a cambiar los tejidos económicos nacionales, tales como el
citado Canal de Nicaragua o la mayor central hidroeléctrica ecuatoriana, Coca
Codo Sinclair.
Es quizá en el sector ferroviario donde la presencia china es
más llamativa: Argentina, por ejemplo, restaura con ayuda del país asiático su
durante décadas olvidada red de transporte ferroviario de mercancías, vital
para conectar sus zonas agrícolas con los puertos exportadores (entre ellos la
soja que China le importa a manos llenas).
En Colombia firmas chinas desarrollan la red ferroviaria
atlántica, y en Venezuela participan en la edificación de la red que conectará
Caracas con las regiones occidentales de producción petrolífera.
A todo esto ha de sumarse el acuerdo preliminar entre China,
Brasil y Perú para construir un tren que conecte el Atlántico con el Pacífico a
través de 3.500 kilómetros, otro faraónico plan para hacer sombra al Canal de
Panamá que EEUU construyó hace un siglo.
El despliegue de los trenes chinos en Latinoamérica ha
encontrado un primer bache recientemente en México, donde China lograba el
contrato para construir el primer tren de alta velocidad latinoamericano (entre
México DF y Querétaro) pero veía cancelado el acuerdo pocos días después, por
irregularidades en el concurso.
Menos mediáticos, pero más abundantes y ya más consolidados, son
los proyectos de China en los sectores petrolero, minero e hidroeléctrico de
Latinoamérica, región donde el país asiático, por ejemplo, financia la cuarta
parte de las minas de Perú (junto con Chile, la gran proveedora de cobre para
la superpotencia asiática).
En Bolivia, empresas chinas extraen litio, materia prima básica
para las baterías que alimentan móviles, ordenadores tableta y automóviles
eléctricos.
Además, China, que mostró con su gigantesca presa de las Tres
Gargantas su potencial en el sector hidroeléctrico, participa en más de una
veintena de presas de todo el continente, desde Centroamérica a Perú, Argentina
y Ecuador.
El desembarco chino en Latinoamérica tiene, según el profesor
Simon Shen, experto en relaciones internacionales de la Universidad China de
Hong Kong, cierto componente político, aunque entremezclado con intereses
puramente empresariales.
"China alienta a sus firmas a salir al exterior, para
diversificar su inversión y resolver los problemas energéticos chinos, pero las
compañías también están movidas por los beneficios", destacó a Efe.
La presencia china a veces enfrenta tensiones, como se vio con
el accidente este mes en las obras de Coca Codo Sinclair, donde murieron 13
trabajadores, o en Perú, donde ha habido enfrentamientos entre comunidades
indígenas y firmas mineras chinas.
Colectivos afectados por esta creciente presencia hablan a veces
de "neocolonialismo" de China en Latinoamérica, de forma similar a
como se etiqueta en ocasiones la fuerte apuesta del país asiático en África.
Otros matizan que los tiempos han cambiado y los gobiernos del
continente tienen la madurez necesaria para buscar el beneficio mutuo.
"Los chinos suelen decir que han sufrido la opresión y no
van a repetirla", señala el escritor y economista colombiano Enrique
Posada.
Para el profesor Shen, "estamos en una era diferente, y es
difícil repetir exactamente el colonialismo ya que África y Latinoamérica
tienen más poder negociador".
Aunque el experto admite que las firmas chinas "suelen
tener menos responsabilidad social corporativa que las occidentales, lo que las
hace más propensas a despertar sentimientos negativos entre las comunidades
locales".
http://www.americaeconomia.com/economia-mercados/comercio/china-y-latinoamerica-de-la-afinidad-ideologica-al-negocio-estrategico
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